Juicio el Tribunal Supremo de un etarra por asesinar a dos Ertzaintzas

Hoy día 25 de septiembre se ha celebrado en el Tribunal Supremo la vista contra Mikel Otegui Unanue, después de un peregrinar de juicios, recursos y paseos de Tribunales, el abogado de la defensa, ha repetido su informe de la Audiencia Nacional, sin incorporar nada nuevo, que no se hubiera visto durante el juicio. La clave de los diferentes recursos planteados, será determinar si Mikel Otegui pertenecía en el momento de los hechos a ETA, y la valoración del informe de la Guardia Civil, que vinculaba al mismo con la banda terrorista.

Hoy su hermano Francisco Mendiluce se encontraba sentado en los bancos del publico del Tribunal Supremo, pidiendo justicia para su hermano y para su compañero. De la misma forma con él se encontraba el ertzaina Jesus Iriondo quien ha sufrido graves lesiones psicológicas a raíz de estos hechos al ser agredido momentos antes del asesinato por el condenado Mikel Otegui. Los hechos se remontan al día 10 de diciembre de 1995 Mikel Otegi Unanue, por entonces miembro de Jarrai pero que, posteriormente, pasaría a integrarse en la banda terrorista ETA, asesinaba en Isasondo (Guipúzcoa) a JOSÉ LUIS GONZÁLEZ VILLANUEVA e IGNACIO MENDILUCE ETXEBERRIA, agentes de la Ertzaintza. Los dos agentes asesinados no figuran, incomprensiblemente, como víctimas de ETA en los listados oficiales del Ministerio de Interior, pero sí en el libro Vidas Rotas (Alonso, R., Florencio Domínguez, F., y García Rey, M., Espasa 2010, págs. 968 y ss.).

Mikel Otegi había tenido horas antes un enfrentamiento con otro agente de la Policía Autonómica, Jesús Iriondo, al que golpeó y llamó despectivamente zipayo, término que los proetarras utilizaban para referirse a los ertzainas en alusión a las tropas nativas que ayudaron a los ingleses en la India. A continuación se dirigió a velocidad excesiva y “de un modo llamativo por lo irregular” al caserío Oteizabal donde vivía. Su extraña forma de conducir llamó la atención de una patrulla de la Ertzaintza compuesta por los agentes José Luis González Villanueva e Ignacio Mendiluce, que prestaban servicio de rutina en la zona. Cuando Otegi, que ya había sido anteriormente detenido por desórdenes públicos en el pueblo de Ordicia, vio que los dos agentes entraban en el caserío, pensó que iba a ser detenido de nuevo así que, utilizando una escopeta de caza, disparó de forma inesperada contra los dos ertzainas, por la espalda y a menos de dos metros de distancia. Los dos agentes no tuvieron posibilidad de reaccionar y murieron en el acto.

Mikel Otegi militaba en Jarrai desde hacía al menos cinco años, ya que había tomado parte como delegado en el cuarto congreso celebrado por dicha organización proetarra en Zuaza (Álava) en mayo de 1990.

Óscar Aldaya, hijo del empresario vasco José María Aldaya, que en esos momentos estaba secuestrado por ETA, acudió al funeral por el alma de Ignacio Mendiluce, del que era amigo. El funeral por el alma de José Luis González Villanueva tuvo lugar en Galdácano (Vizcaya). Allí, el lehendakari José Antonio Ardanza y el consejero de Interior, Juan María Atutxa, arroparon a la viuda del agente, embarazada de siete meses de su primer hijo.

Atutxa responsabilizó a Herri Batasuna (HB) y a la Koordinadora Abertzale Sozialista (KAS) del asesinato de los ertzainas, y señaló que, aunque no hubiese sido ordenado por ETA, era fruto de “la semilla que los dirigentes de HB y KAS están sembrando”. Según Atutxa, el origen del crimen estaba en los mensajes, las actitudes y los comportamientos que se estaban marcando desde el entorno de HB y ETA, con consignas del tipo de “ETA mátalos” o “hoy tú de negro, mañana tu familia”, en alusión a la indumentaria negra que visten los antidisturbios de la Ertzaintza, conocidos precisamente por el color de su atuendo como Beltzas.

A su vez, el lehendakari José Antonio Ardanza manifestó, después de visitar la capilla ardiente de Mendiluce que lo sucedido era “una locura de ese sector de la juventud vasca que está fanatizada”. Asimismo, expresó su preocupación por “la responsabilidad” de quienes los llevan “por esas vías de locura colectiva (…) No comparto ese abertzalismo que dicen defender porque lo que hacen no es amar a un país y una patria, sino destruirlos”.

Por su parte el consejero vasco de Justicia, Ramón Jáuregui, señaló que el asesinato de los dos agentes era la imagen más preocupante del clima de violencia que se vivía en el País Vasco. El socialista denunció a quienes insertan el odio y el fanatismo en la juventud vasca y explicó cómo, en su opinión, el doble asesinato era consecuencia de lo que defiende el entorno de KAS: “Tenemos un problema serio. Lo ocurrido es la expresión de ese clima de frustración, de esa subcultura de violencia que está anidando peligrosamente en la juventud vasca. Hay que reflexionar en profundidad sobre la respuesta que estamos dando a esta situación”, señaló. El presidente del PP en el País Vasco, Jaime Mayor Oreja, declaró que el asesinato de los dos ertzainas era una consecuencia del ambiente propiciado por ETA, KAS y HB y “una nueva muestra de lo que es la intolerancia, la brutalidad y el primitivismo más profundo”.

A través de una nota leída en el funeral de Ignacio Mendiluce, el obispo de San Sebastián, José María Setién, expresaba su “honda preocupación” por el hecho de que los asesinatos pudieran tener “como consecuencia, además del inevitable ya y siempre triste aniquilamiento de dos seres humanos, el efecto de un endurecimiento del clima de violencia en el que estamos inmersos”. En su nota, Setién afirmaba que “hemos de ser conscientes de que este encrispado clima de violencia, que es el fruto de acciones violentas, es también propicio para la generación de nuevas acciones de esa naturaleza”.

El Ayuntamiento de Zumárraga mostró su condolencia a las familias de los ertzainas, mientras que los concejales de Beasain denunciaron, además de las muertes, “el clima de enfrentamiento civil y ataques a las fuerzas democráticas por parte del Movimiento de Liberación Nacional Vasco”.

El 13 de diciembre, tres días después del atentado y dos después de que ETA cometiera una masacre en el madrileño barrio de Vallecas, el parlamentario de Herri Batasuna Kepa Landa responsabilizaba al Gobierno de la matanza de Madrid y acusaba a Juan María Atutxa y a la dirección del PNV de ser a su vez responsables de la muerte de los dos ertzainas. Según la lógica habitual de Batasuna, tan siniestra como hipócrita, el asesinato de los dos agentes era “consecuencia de la implicación política y represiva dada a la Ertzainza por Atutxa y la dirección del PNV”, por lo que pidió la dimisión del consejero vasco de Interior.

El hecho de que Otegi fuese miembro de Jarrai tuvo como consecuencia que el asesinato de los dos ertzainas, en un principio, no fuese considerado un atentado terrorista. Por ese motivo, tras ser detenido y encarcelado, fue juzgado por un jurado popular en San Sebastián, hecho que provocó una gran polémica. En un fallo vergonzoso, el 6 de marzo de 1997 el tribunal dictó una sentencia absolutoria por considerar que el asesino no era “en absoluto” dueño de sus actos cuando disparó contra los dos agentes. Cinco días después de ser absuelto, Otegi fue puesto en libertad. Para cuando el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco anuló el juicio y dictaminó que se repitiera la vista oral, lo que dio lugar a un recurso de casación ante el Tribunal Supremo, Mikel Otegi había huido y fue imposible localizarlo. El 7 de julio de 1997 fue declarado prófugo y se dictó una orden de busca y captura a Interpol.

Años después, en 2005, la Audiencia Provincial de Guipúzcoa decidió que el nuevo juicio debía ser competencia de la Audiencia Nacional. En virtud de esta decisión, en abril de 2007 la Fiscalía solicitó al magistrado Baltasar Garzón que procesase a Otegi porque había suficientes indicios para probar el delito de asesinato, en concurso con otro de atentado, y de un segundo delito de favorecimiento de la actividad terrorista. El fiscal señaló que el asesino actuó “guiado por el sentimiento de hostilidad hacia la institución [la Ertzaintza] originado por su pertenencia a movimientos próximos a la organización terrorista y movido por el ánimo de coadyuvar a los fines de ETA”. Al mismo tiempo, la Fiscalía solicitaba que se activase el mecanismo para la entrega a España de Otegi, que en esos momentos se encontraba cumpliendo una condena de 7 años de cárcel en Francia, donde fue detenido en 2003, por un delito de pertenencia a ETA. La extradición se hizo efectiva en septiembre de 2009. En junio de 2011 la Fiscalía de la Audiencia Nacional solicitó para Otegi 70 años de cárcel por el asesinato de los dos ertzainas.

Días después del asesinato de los dos agentes, y mientras miles de vecinos de Ordicia se manifestaban para protestar por el mismo, la Ertzaintza tuvo que impedir que, en las inmediaciones, simpatizantes de Herri Batasuna homenajearan al autor del doble asesinato, Mikel Otegi. Medio millar de jóvenes de la comarca del Goyerri denunciaron “el acoso al que se ven sometidos por la Ertzaintza”. Los manifestantes corearon consignas a favor del presunto asesino tales como ”Mikel, herria zurekin” (“el pueblo está contigo”). Ante estas muestras de evidente exaltación del terrorismo, un familiar de Iñaki Mendiluce expresó sus sentimientos de esta forma:

Oyes arropar al asesino de tu hermano y sientes algo dentro difícil de describir. Sé que tengo que pensar que soy una persona civilizada, pero es increíble el dolor tan profundo que se puede llegar a sentir. Había visto los atentados, pero, hasta que te toca, es difícil hacerse una idea de lo que sucede. Es terrible (El País, 15/12/1995).

La Policía Autonómica vasca había sido objeto de muchos ataques por parte de miembros de Jarrai, las juventudes proetarras, con los que la justicia ha sido muy benevolente. Uno de los más graves fue el sufrido meses antes del asesinato de González Villanueva y Mendiluce Etxeberri, en marzo de 1995 en Rentería, cuando cinco integrantes de este cuerpo policial resultaron gravemente heridos al penetrar un cóctel molotov lanzado por los jóvenes proetarras en la furgoneta en la que se encontraban, que quedó convertida en una bola de fuego. Otra vez, la benignidad de los jueces contra estos terroristas hizo que Aitor García Sánchez, Unai Erquis y Jon Ander González fueran condenados a sólo 6 años de cárcel, frente a los 350 que pedía el Fiscal por cinco asesinatos frustrados. Uno de los ertzainas heridos, Jon Ruiz Sagarna, testificó en el juicio, quedando patente la brutalidad del ataque, como recogió Aurora Intxausti en su crónica para El País:

El ertzaina Jon Ruiz Sagarna, cuyo cuerpo resultó quemado en un 55%, compareció en el Palacio de Justicia con atuendo deportivo, bajo el que lleva desde hace meses un traje especial que le protege las quemaduras. De su rostro sobresalían al exterior los ojos, la nariz y a boca, ya que el resto está cubierto por una malla de color carne, similar a la que utilizan los corredores de Fórmula 1, que tapaba con una visera. El aspecto que presenta el agente de la Policía vasca un año después del atentado dejó impresionados a los miembros del tribunal, que fueron los únicos que pudieron verle. El ertzaina declaró que sufre altibajos en su estado anímico porque “es difícil salir adelante con el aspecto que tengo”. Ruiz Sagarna relató ante la Sala que estuvo un mes entre la vida y la muerte y permaneció cinco más internado en el hospital de Cruces. “Me han realizado seis intervenciones quirúrgicas y son muchas más las que tienen que hacerme. Realmente, yo creo que los médicos no saben por dónde empezar a practicarme la cirugía plástica“, relató. El agente está en tratamiento psiquiátrico y acude semanalmente a un especialista. “Con el aspecto físico que tengo no creo que en los próximos años pueda hacer una vida normal“, se lamentó. Ruiz Sagarna era el conductor de la furgoneta que el 24 de marzo de 1995 fue atacada con cócteles molotov por unos encapuchados en Rentería (Guipúzcoa). Relató que, después de que los artefactos impactaran contra el vehículo, sintió que todo su cuerpo “estaba envuelto en llamas. A partir de ese instante y hasta que me tumban en una camilla, no recuerdo nada más”, agregó (El País, 01/05/1996).

Once años después, en julio de 2006, la esposa de Jon Ruiz Sagarna, Ana Arregui, señalaba a El Mundo cómo estaba siendo la rehabilitación de su marido: “El fisioterapeuta dice que es como un jarrón roto; aunque pegues la piezas, siempre tendrá cicatrices, secuelas. Los médicos no pueden asegurar a ciencia cierta cuáles serán” (El Mundo, 07/07/2006). Finalmente, en enero de 2008 le fue concedida a Jon Ruiz Sagarna la invalidez absoluta, trece años después del brutal ataque.

José Luis González Villanueva tenía 34 años y era natural de Galdácano (Vizcaya). Pertenecía a la décima promoción de la Ertzaintza y estaba destinado en la comisaría de Beasain. Estaba casado y su esposa se encontraba embarazada de siete meses del primer hijo de la pareja, hoy una joven preciosa que no pudo conocer a su padre.

Ignacio Mendiluce Etxeberri tenía 26 años y era natural de Zumárraga (Guipúzcoa). Destinado, al igual que González Villanueva, en la comisaría de Beasain, pertenecía a la decimotercera promoción de la Ertzaintza. Una persona muy joven, estudioso, buen hijo y buen hermano, quienes hoy sus hermanos no han dejado de asistir a los juicios que se han celebrado para pedir justicia por su hermano.

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